EDITORIAL

AY, FLAMENCO, FLAMENCO.

En alguna ocasión salta a la prensa el caso de cierta persona que ha descubierto tener un tesoro en el cuadro sin apenas valor que compró en el mercadillo. No son casos frecuentes, pero lo que sí es frecuente es que tradiciones valiosas y tesoros culturales de los pueblos anden devaluados hasta que alguien los aprecie y los ponga en su lugar. Generalmente, ese alguien no sólo es un experto sino un extraño al círculo en que apareció el tesoro, alertado -eso sí- por alguna persona más curiosa y alejada del menosprecio general que tenemos hacia lo que nos es excesivamente familiar.

Algo así pasó en 2010 con el flamenco cuando fue declarado patrimonio inmaterial de la humanidad por la UNESCO. Falla y Lorca habían alertado hacía mucho tiempo de ese tesoro que andaba a nuestro alrededor pero finalmente cuando los extraños aprecian definitivamente lo que tienes, parece como que se hace la luz y ya piensas que algo de razón deben llevar quienes creen que el flamenco es una joya a pesar de que tú, que lo has oido a diario no creas que comparado con el rock o el pop que triunfan internacionalmente y provienen de las culturas más poderosas del mundo pueda competir en este mundo de rankings.

Cuatro años más tarde, la Junta de Andalucía, además de otras medidas anteriores de carácter cultural, establece su desembarco total en la enseñanza reglada a través de la Orden de 7 de mayo de 2014 por la que se establecen medidas para la inclusión del flamenco en el sistema educativo andaluz.

Aun así, la idea de que la enseñanza debe ser algo serio y compungido relacionado con la clase social dominante, sigue manteniendo a veces la percepción de que el flamenco es simplemente un divertimento apropiado para la jarana y la pandereta andaluza y no tanto para la sesuda educación de los estudiantes. Los tópicos continúan minando la moral diaria como la eterna juerga andaluza que sin embargo, en su faceta más desoladora internacionalmente abanderan otros lugares como Magaluf o Salou que no son precisamente andaluces.

Hay algo que hace del flamenco un material inigualable para la educación y precisamente es la de hacer crecer un mundo a partir de la tierra. Si hay quienes están orgullosos de su tierra y quienes prefieren enorgullecerse de su mundo, en el flamenco podríamos encontrar ambas satisfacciones. Surge de la tierra como vemos por sus raíces innegablemente geográficas, pero está unido también a una forma de ver la vida, a un universo de quejas y celebraciones, de críticas y alabanzas que abarcan desde la muerte hasta la fiesta y de ninguna manera ocultan el trabajo como otras tradiciones culturales en general o musicales en las que el trabajo parece que no existiera.

Por eso el flamenco en la educación se erige como un contenido potente no sólo como tarea final en sí mismo, sino como tarea posibilitadora para llegar a la lectura, la escritura, las artes, las ciencias, la salud, la inclusión social o la historia.

El toque, el cante, el baile arropan un arte audiovisual inaudito en el que a los sonidos del lenguaje se unen los de las palmas contra el cuerpo, los pies contra el suelo, los dedos contra las cuerdas, y la voz por encima de todos y para todos. Todo el mundo puede participar, ni siquiera el baile está reservado a las personas figurines. Todos tienen un instrumento en su cuerpo y todos pueden jalear, hacer palmas y unirse al cante en un fiesta cultural difícilmente comparable.

La educación tiene ahora un papel importantísimo en la historia del flamenco porque a pesar de su fuerza viva, tiene que lidiar en un mercado de medios de difusión que junto a la globalización trae también la muerte de la diversidad cultural. Por eso, la enseñanza tiene que apostar decididamente por el flamenco. Y junto a las medidas educativas, debemos esperar igualmente un apoyo a través de las instituciones culturales, que mantengan vivas estas artes más allá del curriculum, así como la ciencia, para que nos haga comprender mejor este fenómeno social e históricamente.

Con este número extraordinario de eCO sobre el flamenco en el aula, hemos pretendido simplemente elevar al podio algunas experiencias que se están realizando en nuestros centros educativos y que demuestran el valor del flamenco para la educación de niños, jóvenes y adultos. Algunas de ellas son experiencias pioneras, prolongadas durante años sin apenas apoyo y con notable dosis de entusiasmo personal. Vaya para ellas este sencillo homenaje para agradecerles su trabajo antes incluso de que la normativa propusiera al flamenco como materia de enseñanza.

Hace unos meses, realizando visitas a centros educativos, tuve la oportunidad de compartir el día del flamenco en Doña Mencía con las alumnas y profesora de la Sección de Educación Permanente al que asistieron también un cantaor, un guitarrista y el presidente de la peña flamenca. Todos participamos, debatimos profundamente sobre el flamenco, repasamos sus palos y su historia, cantamos, comimos y bebimos en una clase en la que la educación y la vida se confundían. Poco después estuve en la Escuela Oficial de Idiomas de Lucena y mientras esperaba, revisé los amplios paneles en que los estudiantes exponían sus redacciones en inglés y francés sobre cuestiones flamencas. Esta presencia del flamenco en las aulas a pesar de que nunca sea suficiente, es imprescindible para no olvidar el valor de este tesoro que nos pertenece y que necesita además de tenacidad y constancia, y en ese sentido están trabajando cada vez más centros escolares.

Por eso, el flamenco debía tener también por lo menos un hueco en eCO con el que demostrar el precio y el aprecio que el flamenco tiene para nosotros igualmente en la formación del profesorado como una de las muestras culturales más relevantes de la humanidad.